Mi vida en el arte ha sido una profunda reflexión sobre el mundo que me rodea; el que me ha tocado vivir, es una conciencia e intuición que se revela a través de los años en la obra artística. Mi vida tiene tres vertientes, la actividad como artista plástico; el desempeño como maestro a lo largo de treinta años; desde las escuelas de iniciación artística, hasta las diferentes escuelas profesionales de artes pláticas y la actividad en las diferentes agrupaciones y sociedades de artistas plásticos, como fundador y presidente en algunas de ellas, animado siempre por una actitud idealista, solidaria y romántica. Estas dos últimas, han nutrido y enriquecido mi espíritu, dándole mayor vitalidad a mi vida y obra.
En la actualidad predomina en mi pintura, la inquietud de realizar un paisaje donde me trato de desprender del paisaje tradicional, anecdótico, localísta, para crear una pintura con una visión mucho mas amplia, con la idea de captar la atmósfera, el color, la luz, que no corresponda ni al ámbito del tiempo ni al de un espacio geográfico determinado. En ocasiones, tomo elementos del paisaje que pisamos al caminar, lo mas inmediato, sin horizontes ni límites definidos, un paisaje evocador y sugerente.
Es así que en esta búsqueda constante de la autenticidad, de realidades nuevas, en este camino personal, he asumido mi oficio desde perspectivas reveladoras y he decidido no renunciar a lo que en esencia caracteriza mi espíritu, es decir, a la libertad de crear.
Formado en La Esmeralda (Escuela Nacional de Pintura y Escultura del INBA) Héctor Cruz tuvo desde los primeros años de su carrera, iniciada en 1946, la inquietud de abrir su sensibilidad a las diversas posibilidades de las artes plásticas. Ha pintado murales, ha realizado esculturas, y en el caballete ha transitado desde el realismo característico de la Escuela Mexicana al expresionismo y el simbolismo, para entrar después intensamente al cultivo del paisaje.
Dentro de este género ha evolucionado desde la aprehensión naturalista hasta ciertas sutilezas poéticas propias de una intelección postimpresionista. La relación estética entre Héctor Cruz y Carlos Pellicer produjo un fenómeno de ida y vuelta tan infrecuente como fecundo. Para una exposición que el pintor presento en julio de 1971 en la Galería Misracchi, el poeta escribió una presentación breve pero intensamente admirativa. “En la mayor parte de estos cuadros-decía- la esencia del paisaje es lo que queda. Es la meditación sobre el paisaje; el pintor ha ojeado lentamente lo que vio. Una poesía lenta y profunda, hablando más hacia dentro que hacia afuera. La luz se inclina para crear nuevos colores. De pronto el relámpago llena el cuadro o el rojo puntea y quema. Miradas nuevas, nuevos colores ¿Que antiguo sentimiento se hace tan nuevo ahora? Pintura lujosa en el sueño. Raramente naturaliza, no es narrativo y cuando lo hace, la realidad habla claramente pero en voz baja. Héctor Cruz, un maestro nuevo del paisaje”.
El pintor sintió que la emoción, que la percepción de Carlos Pellicer, rebasaba cuanto él había logrado hasta 1971. Entonces decidió ir más allá; esencializar más, meditar más, mirar con más lentitud para ver más hacia adentro la naturaleza. Ocurrió que sus colores se limpiaron y se renovaron hasta volverse nuevos. Rojos, verdes, amarillos, morados y hasta los ocres y grises de etapas anteriores cobraron vida, comenzaron a transcurrir sobre las telas con luz, aire y ese ritmo de cuanto conoce el tiempo, las estaciones, ciclos de nacimiento y muerte.
Solo podrá ver la exposición de Héctor Cruz quién, como Carlos Pellicer, la ojee con sabiduría
Raquel Tibol